Debiera ser que a estas alturas de la brillante trayectoria dramática de Corsario, aun privado del liderazgo de Fernando Urdiales, no rechinaran ya ciertas voces de rechazo o desafecto -desde tanto porte presto siempre a la concesión de patentes de izquierda- por la elección de temas para sus espectáculos, caso ya manido de “Pasión”, y ahora de este otro sobre Teresa de Ávila.

Pero no es así; y aún tales siguen trayendo tamaña cola, que hasta ha llegado a convertirse en seña de identidad de la compañía pucelana, jamás en fuga ante la polémica y el desafío escénicos. Sólo que esta vez se ha encontrado con una inesperada alianza, desde la competencia del Teatro Calderón (Corsario en el Zorrilla) de Valladolid: nada menos que La Celestina rediviva de Ron Lalá (“Ojos de agua”), interpretada por Charo López. En efecto, no es frecuente que en la misma ciudad (al menos en “provincias”, como antaño se dijera) coincidan dos espectáculos, bien cierto que de muy distinta factura, cuyas reflexiones corran parejas y hasta complementarias sobre un tema como este de la mujer en los siglos de nuestros clásicos. Y es que algunas conclusiones de ambos espectáculos vienen a ser las mismas: en tal época, a una mujer inteligente que cuestionara el papel tradicional a ella socialmente reservado, apenas si le quedaban dos salidas: el convento o el burdel. De la elección de Celestina hoy aquí no me ocupo. Y en cuanto a Teresa, como bien apunta Corsario en el programa de mano “en aquella sociedad, que una mujer escribiera era, de por sí, una audacia”.

No obstante, la diferencia radica en que la alcahueta de Fernando de Rojas para nada cuestiona los poderes, antes bien, se aprovecha de ellos; mientras que la histórica Teresa se enfrenta a tales, al modo trágico frente al épico. Y más esta de Corsario, que muy poco tiene de santa, como entonces menos de divino tuviera su Cristo de “Pasión”. Que así bien lo expresa la protagonista cuando, ante la inquisitorial autoridad de don Melchor Cano, le suelta el contundente “hable con Dios, si puede, y no con la Iglesia”. Que a fin de cuentas, creencias al margen, lo de Dios no deja de formar parte de un extendido imaginario común, mientras que la Iglesia, por muy espiritual que se proclame, siempre ha supuesto Poder en este mundo, así con mayúscula.

Y en cualquier caso bueno será recordar lo que, a propósito de “Pasión”, solía señalar el propio Fernando Urdiales a quien suscribe: nuestra historia es la que es y nuestro Siglo de Oro lo es para lo bueno y… lo ya no tanto. Luces y sombras, brillantes y oropeles. Claroscuros, tan barrocos ellos. Como esta Teresa, tan de contrastes, tan humana…